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jueves, 18 de septiembre de 2014

La ranita amarilla de La Carbonera

La ranita amarilla de La Carbonera


La ranita amarilla de La Carbonera es endémica de Los Andes venezolanos. Es conocida solamente de su localidad típica, La Carbonera, en el bosque de San Eusebio del Estado Mérida, ubicada a 2.330 msnm, donde habita bosques nublados sin intervenir.


Atelopus carbonerensis


Pasaron de ser animales extremadamente abundantes a prácticamente desaparecidos de su hábitat natural. A principios de los años 70 era común ver decenas de individuos secos y pisados por vehículos en la carretera que conecta la ciudad de Mérida con la Azulita. En 1991, tras un reconocimiento del hábitat y entrevistas con pobladores locales, no se logró localizar ni un solo ejemplar. Desde hace aproximadamente cinco años no se han observado adultos silvestres de la especie. Se teme que la especie se encuentra extinta.

fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Atelopus_carbonerensis

 

fuente foto: www.flickr.com


Son muchas las amenazas. Reducción del hábitat, contaminación de los cursos de aguas, introducción de especies exóticas depredadoras (como la trucha que se alimenta de los renacuajos de la ranita), captura por coleccionistas y comerciantes (se sabe de traficantes que la han ofrecido en venta en Estados Unidos y en Alemania). No se ha tomado ninguna medida protector


Atelopus carbonerensis



Distribución:
Es una especie endémica de Venezuela. Se ha observado sólo en el estado Mérida en el sector La Carbonera y cercanías (San Eusebio), en las vías entre Jají y La Azulita, entre los 2.010 - 2.600 m de altitud.

Presente en:
    Biorregión los Andes


fuente foto: www.flickr.com

Nombre Científico: Atelopus carbonerensis
Nombre Común: Ranita amarilla de La Carbonera
Otros Nombres Comunes: Ranita amarilla.
Descripción Morfológica:
Esta rana es pequeña y de aspecto alargado. Los machos (3,95-4,60 cm) son generalmente más pequeños que las hembras (4,37-5,46 cm). Su dorso es uniformemente amarillo con manchas marrones alrededor de las narinas, y ocasionalmente, sobre otras partes del cuerpo. La superficie posterior del vientre es escarlata. Sobre la piel del dorso se encuentran algunos tubérculos. Sus miembros posteriores son largos.
 
Aspectos Legales:
La especie está incluida en la Lista Oficial de Animales en Peligro de Extinción (Decreto N° 1.486 de la Presidencia de la República de fecha 11/09/1996).
fuente foto: www.flickr.com

Iniciativas para su Conservación:
Es considerada En Peligro Critico “CR” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y en el Libro Rojo de la Fauna Venezolana. Actualmente la Oficina Nacional de Diversidad Biológica, Ministerio del Poder Popular para el Ambiente, está trabajando en definir los criterios para elaborar los libros oficiales de especies amenazadas de la República Bolivariana de Venezuela.
 
fuente: http://diversidadbiologica.minamb.gob.ve/especies/ficha/6/13725/

Tertulia Literaria....


En momentos inesperados (y a veces hasta inoportunos) regresan a mí las palabras de aquel cuento que encontré entre el polvo de la biblioteca de mi abuelo: “Chelita tiene un conejo; pero Chelita la de enfrente tiene un sapo.” Creo que Julio Garmendia nunca habría podido imaginar el impacto que aquel cuento logró tener en una niña como yo, que llegó a tener gatos, pájaros, conejos y hasta tortugas en su casa; como la otra Chelita. Y me preguntaba cómo se le ocurrió a esa niñita tener un sapo como mascota, esas criaturitas tan insignificantes, babosas, frías, repulsivas. ¿Y saben qué?, me pasó a mí. Pasó que desde hace unos años comencé a quererlas de manera profunda y misteriosa.
Todo se inició el día en que navegaba de página en página por el ciberespacio. Entonces encontré una graciosa ranita amarilla que sólo vivía en la región de La Carbonera, en medio de los bosques de San Eusebio, en ningún otro rincón de este inmenso planeta, solo allí. Delgada, altiva, de ojos negros y… extremadamente venenosa, tanto, que tenía la capacidad de matar a un caballo si éste se atrevía a tocarla con su lengua. Me pareció tan simpática y elegante que quise tener una en mi casa; esa ranita era la compañía perfecta para una caraqueña excéntrica como yo.
Y pueden creer que el antojo que tenía por la criatura era tan grande, que aquella noche, esa misma noche, hice mi morral, metí allí un frasco de vidrio con la tapa agujereada y me fui para Chacao a embarcarme en un autobús expreso que me llevara hasta Mérida. Una vez allí me las arreglé para llegar hasta la región de la Carbonera. Como en todo pueblo de montaña hacía mucho frío, no sentía mis manos y de mi boca se desprendía un vaho de aire caliente. No había mucho que ver en ese pueblo de callecitas empinadas, aunque se me antojaba pintoresco. Me senté a desayunar en un pequeño restaurante improvisado en el recodo de una casa vieja (al parecer el único que había). El lugar estaba vacío. Pedí un pastelito de carne y un chocolate caliente. La señora que freía los pasteles era la cocinera, la mesonera, la cajera y para remate, la dueña del local. Le pregunté por la rana, sí conocía a alguien que pudiera venderme la Ranita Amarilla de la Carbonera (porque así se llamaba), y ella me respondió:
-Ay mija, hay muchas ranas porai por el monte, aquí nadien vende eso, si la quiere búsquela usté, y si la encuentra, llévesela.
Decidí hacerle caso. En realidad no sabía por dónde empezar, pero me imaginé que lo mejor era buscar en las afueras del pueblo donde hubiese monte, tierra, charcos. Como habían pasado ya dos horas sin haber encontrado nada, le pregunté a un hombre que caminaba hacia el pueblo con la espalda cargada con un gran haz de leña.
-Señor, señor, por favor, ¿sería tan amable de decirme dónde puedo encontrar la Ranita Amarilla que vive por aquí?
-Humm ¿Una ranita, dice? ¿La que anda porai? ¿Una amarillita?
-Esa, esa misma es, señor. ¿Sabe usted dónde puedo encontrarla?
-Sí, sí, a ella la buscan siempre cerca del río, entre las piedras.
Caminé hasta un riachuelo cercano, metí el ojo en el agua, entre las piedras, pero no vi ni una sola rana. A la media hora me venció el cansancio y fui a preguntar a una casita de bahareque que tenía un burro amarrado en la entrada. Toqué la puerta. Me abrió un anciano cuyas manos estaban llenas de barro; con seguridad era un artesano porque en el suelo se hallaban apiladas muchas vasijas que parecían de barro.
-Señor, disculpe, ¿podría decirme si ha visto por aquí la Ranita Amarilla que habita en este bosque húmedo?
-¿Una amarillita? No mi niña, tengo tiempo que no la veo por aquí, pero sabe una cosa, a ella le gusta esconderse en la corona de las bromelias, allí siempre hay agua, ya sea de lluvia, ya sea de rocío.
-Pero, qué extraño, ¿en el corazón de las bromelias? ¿No se atoran allí?
-Mi niña, ¿sabe lo que está buscando?
-Sí, por supuesto, una rana amarilla que vive aquí en los bosques húmedos de La Carbonera.
-Ajá, muy bien, y ¿sabe de qué tamaño es?
-Bueno, todas las ranas son más o menos del tamaño de una mandarina ¿no?—Ve como usté no sabe lo que busca, mijita; la Ranita Amarilla de la Carbonera es más pequeña que un limón.
-¿Tan pequeñita es?
-Sí señorita, así mismito es.
-Y ¿por dónde crecen las bromelias?
-Muy cerca del río.
Caminé de regreso al río, no sin antes agradecerle al anciano toda su amabilidad. Pero el sitio no estaba sólo, había un hombre joven tomando el sol recostado sobre una de las piedras.
-Hola, ¿qué hace una joven perdida en estos acalambrados parajes? Y tan solita.
-Busco a la Ranita Amarilla de la Carbonera.
Comencé a apartar las hojas de las bromelias para abrirle paso a mis ojos, para que llegaran hasta su oscuro corazón.
-¿Acaso crees que vas a conseguirlas tan fácil?, necesitas una lupa para verlas mejor. Toma, te presto la mía.
-¿Tú también la estas buscando?
-Sí, al parecer nos interesa lo mismo.
-¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-Nueve años.
-¡Nueve años! ¿Y en todo ese tiempo no la has encontrado?
-No. Esta es mi última expedición, y si no la encuentro, es posible que declaren su extinción. Eso significa que nadie podrá verla más.
La buscamos juntos una y otra vez, por aquí y por allá, entre las piedras, en el agua del río, en el pantano, y en el corazón de todas las bromelias que estaban plantadas allí. Buscamos y buscamos hasta que la tierra se tragó al sol, pero no encontramos nuestra pretendida rana amarilla.
Esta es mi historia. Creo que está demás decirles que regresé a Caracas con las manos vacías, con mi frasco vacío, con el corazón vacío; sólo me consuela pensar que mi Ranita Amarilla, la que alguna vez habitó en La Carbonera, está jugando muy escondida en algún rincón del bosque, lejos de mis ojos, lejos de los ojos de todos.
Deyanira Diaz
Cuentos para gnomos. Editorial Eclepsidra, 2012.



fuente foto: www.flickr.com