Curiosidades del Universo y algo más....
Mérida de Noche ...Hermosa
La ciudad de Santiago de los Caballeros de Mérida o Ciudad de Mérida es la capital del municipio Libertador y del estado Mérida y la principal localidad de losAndes venezolanos. Fue fundada en 1558 por el capitán Juan Rodríguez Suárez, como parte de Nueva Granada; sin embargo, pasó a pertenecer a la Capitanía General de Venezuela, donde jugó un papel activo durante la Guerra de independencia de Venezuela.
Fachada antigua de la ciudad de Mérida
La Ciudad de Mérida propiamente dicha esta constituida por una Conurbaciónprácticamente indivisible entre las poblaciones de Mérida, El Valle, La Culata, Los Curos, San Jacinto y El Chama del Municipio Libertador, la población de Ejido delMunicipio Campo Elias y el sector de Los Llanitos de Tabay del Municipio Santos Marquina.
La población de la ciudad capital es de 221.879 habitantes que representa el 28% de la población total del Estado Mérida (la cual tiene más de 826.723 habitantes), mientras que el área Metropolitana alcanza las 345.489 personas (todo según Censo 2011). Es sede de la Universidad de Los Andes la cual se perfila como la 1ra Universidad del país, la número 30 de Latinoamérica y la 640 en el mundo,1 en ella también podemos encontrar la Arquidiócesis de Mérida y el Seminario de San Buenaventura de los Caballeros de Mérida, ostenta el teleférico más alto y el Segundo más largo del mundo, un moderno y atractivo Sistema de Transporte Masivo Trolebús de Mérida el cual se expone como un medio de transporte turístico gracias a su estructura al igual que un muy contemporanéo Sistema de Transporte Masivo Trolcable el cual conecta el centro de la ciudad con los suburbubios del Valle del Chama. Es el mayor centro estudiantil y turístico del occidente venezolano, lo cual la hace una ciudad joven y con mucho movimiento nocturno, cultural, deportivo, comercial y tecnológico lo cual la convierte en una ciudad culta y vanguardista.
La localidad de Mérida se encuentra situada a una altitud de 1.600 msnm, se asienta sobre una meseta enclavada en el valle del río Chama, que la recorre de extremo a extremo, como telón de fondo se yergue en el horizonte merideño la cumbre más elevada del país: el pico Bolívar, con una altura de 4.978 msnm.2Fuente wikipedia.org
Arco Iris despues de una breve lluvia...
Entre Nubes..
Vista Cara del Indio. fuente flirk.com
Plaza Bolivar Mérida.. un encanto de Noche
Historia La Mano Del Tirano Aguirre
La Plaza Bolívar, es la antigua plaza mayor de la ciudad, es la principal plaza de la ciudad y a su alrededor se ubican los más importantes edificios públicos e históricos de Mérida. Su ubicación esta entre Avenida 3 y 4 con calles 22 y 23. Adorna la ciudad de Mérida con sus jardines. Según la tradición en el centro de la Plaza Bolívar fue enterrada la mano del Tirano Aguirre, en reconocimiento a la colaboración prestada por la ciudadanía emeritense en la captura del terrible caudillo asturiano. En 1840 el Teniente de Justicia Mayor Antonio Ignacio Picón coloca en este sitio una pileta de piedra que suministró agua hasta 1859, año en que la tubería fue desenterrada para fabricar balas para la Guerra Federal. La estatua ecuestre del Libertador Simón Bolívar fue colocada en 1930, pero años después fue desmontada para darle mayor altura. Esta plaza fue atendida por parte de la Corporación Merideña de Turismo durante el año 2002, con la colocación de cestos para basura y mantenimiento de áreas verdes. La plaza data desde el momento mismo en que se fundo la ciudad constituyendo el centro de la cuadricula que era norma constante para la fundación de pueblo y ciudades. Año de fundado 1558.Fundadores Los conquistadores de la ciudad. fuente: publisartemerida.blogspot.com/2009/01/ruta-de l-arte-en-e
Anoche ...plaza Bolivar Mérida
Curiosidades Libros y sus Autores
Don Túlio Febres Cordero
Curiosidades Literarias...
El mundillo de los libros y sus autores encierra mil y una anécdotas sumamente curiosas cuando no divertidas y a veces muy poco amables e incluso tristes. Yo poseo un buen número de ellas recogidas en mi archivo personal y hoy me he decidido a transcribir lo que podríamos llamar una primera parte. Espero que os guste porque a través de ellas se puede aprender mucho.
Advierto que el orden en que están colocadas no es cronológico y que incluso hay autores que hacen doblete.
La veneciana Cristina de Pizan, 1364/1430, escribió La ciudad de las damas, obra en la que condenaba el mal trato, la discriminación y el desprecio sexual a que eran sometidas sus contemporáneas. Que se sepa, fue la primera mujer que denunció estos hechos, lo cual no deja de ser una proeza.
Muchos escritores célebres han tenido que soportar malas críticas, no sólo ya cuando eran famosos, sino en sus comienzos, críticas que les desprestigiaban y que incluso hubieran podido empujarles a renunciar a la literatura de haber sido lo suficientemente impresionables; por suerte no lo hicieron. He aquí algunas muestras. Aldous Huxley, el autor de Un mundo feliz, tuvo que escuchar críticas de este estilo: que su obra era propagandística, lúgubre y pesada. Y Tolstoi, entre otras, autor de Ana Karenina, leyó al respecto de esta novela que era basura sentimental. A nuestro G.A. Bécquer le criticaron sus famosas Rimas, llamándolas suspirillos germánicos. De Romeo y Julieta se dijo que era pésima, y Voltaire anatemizó Hamlet afirmando que resultaba vulgar y bárbara, la obra de un salvaje borracho. Sobre Hojas de hierba, del gran poeta Walt Whitman, se emitió el juicio de que la posteridad no querría saber nada de su obra. A Flaubert se le procesó por inmoral, la novela en entredicho fue Madame Bovary, llegando a decirse de él que no era un escritor. De Balzac se aseguró que nunca conocería la fama porque no era un escritor importante y que al cabo de cien años nadie le recordaría. En cuanto aCumbres Borrascosas se dijo que se trataba de una novela confusa, inconexa e improbable cuyos personajes eran primitivos y más brutos que el hombre prehistórico, amén de que se trataba de una obra impropia de haber sido escrita por una mujer. A Lolita de V. Nabokov, se la tildó de pornográfica desestimando la soberbia descripción psicológica de los protagonistas. Y a Hemingway, en sus comienzos, le devolvían las obras, con una fría nota de rechazo que le llenaba de desesperación. ¿Para qué continuar? Los hechos hablen por sí mismos, lo único lamentable de estas críticas es que hicieron daño a muchos escritores, pero encierran una saludable enseñanza: la de no dejarse abatir por opiniones adversas y continuar escribiendo, que, a fin de cuentas, es lo único que importa.
El Señor de los Anillos ha sido parodiado en un libro escrito por Henry N. Beard y Douglas C. Kenny, bajo el título de El sopor de los anillos, en inglés Bored of the Rings. En él los hobbitsson Bobbits, Frodo Bolsón es Fraude Bribón, Mordor es Morbor, la Tierra Media es Tierra Mediocre y Gandalf es Grangolf, mago francmasón.
El mismo caso que ha pasado con El Señor de los Anillos, lo tenemos pero, en esta ocasión, "dedicado" al incombustible Harry Potter de quien Michael Gerber humorista y escritor, ha hecho una parodia bajo este nombre: Barry Trotter and the Unauthorized Parody, que, por cierto, ha tenido que publicarse él mismo ya que ninguna editorial quería arriesgarse. Será cuestión de leerla.
William Shakespeare nació el 23 de abril de 1564 en Stratford-upon-Avon, Inglaterra, y 335 años después, un nuevo 23 de abril, vino al mundo en San Petesburgo, Rusia, el que luego sería famoso escritor Vladimir Nabokov, autor de la siempre polémica Lolita. Pero esta fecha aún encierra otra singular anécdota literaria, pues el 23 de abril de 1616 es enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid, Miguel de Cervantes, fallecido el día anterior, 22, efemérides que se ha prestado más de una vez al confusionismo en estos tiempos debido a su proximidad con la Fiesta del Libro, en Catalunya festejado conjuntamente con el día de Sant Jordi, fecha en la cual es tradición, por tratarse del día de los enamorados aquí, el regalar un libro, ellas a sus novios o maridos, y ellos, a la inversa, una rosa a sus damas.
Isabel Allende siempre empieza sus novelas el 8 de enero -otros dicen que el 9-, y tiene la costumbre de escribir el tiempo que dura una vela encendida hasta que se consume por entero, o sea, unas 7 u 8 horas. En cuanto la vela se apaga, deja de hacerlo.
El profesor de física escocés James Lind fue quien inspiró a Mary Shelley su novela universalmente famosa Frankenstein. Había sido profesor de su marido, el poeta Percy Shelley, y los comentarios de éste sobre sus experimentos acerca de las ranas muertas a las que movía por medio de impulsos eléctricos, despertaron el interés de Mary Shelley hasta el punto de emplearlos más tarde en su novela.
El 6 de abril de 1992 falleció Isaac Asimov, y hace relativamente poco tiempo se ha hecho publica la noticia de que el escritor murió de sida debido a una transfusión que le hicieron en 1983, al operarle colocándole un triple by pass.
La anécdota, popular ya, referente al "nacimiento" de la graciosa pelirroja, nos cuenta como fue a la hija de Astrid Lindgren, a quien se le ocurrió el nombre de Pippi Calzaslargas pidiéndole a su madre que se inventara una historia sobre ese personaje.
¿Qué tenemos de cena esta noche?, es un título que Dickens firmó con el seudónimo de Lady Maria Clutterbuck, y se publicó en 1851, siendo todo un best seller de la época victoriana. Pero lo curioso es que nadie supo quién era el autor, hasta hace muy poco, al ser descubierto el polvoriento original por el tataranieto de Mark Lemon, amigo íntimo de Dickens.
Un misterio, una muerte y un matrimonio, que escribiera el conocido novelista Mark Twain en 1876, relato humorístico como era de prever, en el que su autor no deja muy bien parado a Julio Verne, se descubrió oculto en un baúl a principios del año 2001.
Mary Shelley, autora de Frankenstein y El último hombre entre otras novelas, vuelve a ser noticia por causa del descubrimiento inesperado de un cuento escrito por ella para la niña Laurette Tighe. El cuento se titula Maurice o la cabaña del pescador, y apareció dentro de un baúl en la buhardilla de un palacio de la Toscana, siendo sus dueños los descendientes de Laurette. Hallazgo, que, sometido a una exhaustiva identificación, ha resultado ser auténtico y fue publicado en Inglaterra en 1998, ahora se ha visto traducido y podemos disfrutar de él. Se sabía de la existencia del cuento por haberlo consignado Mary Shelley en su diario el 10 de agosto de 1820, pero se le había perdido el rastro al no encontrársele por parte alguna, ya que si bien en otra carta, su padre W. Godwin, lo menciona –era editor aparte de filósofo–, es para decirle que no lo va a publicar debido a sus pocas páginas, en total 39 del original. El cuento lleva la siguiente dedicatoria: A Laurette, de su amiga la señora Shelley.
Maurice o la cabaña del pescador, ha permanecido 177 años en ignorado paradero, y, lamentablemente, su autora no llegó a verlo publicado en vida.
El original de Cien años de soledad constaba de 590 folios que el novelista envió en dos partes a la editorial Sudamericana de Buenos Aires, ya que no tenía dinero para remitir por correo la obra completa, y después fue a la casa de empeños a fin de conseguir el dinero para poder mandar el resto de la obra. Lo singular del caso es que envió, con los nervios, la segunda parte antes que la primera.
Se habla mucho del Día del Libro y se le supone una antigüedad imprecisa, cuando lo cierto es que "nació" en 1926, fijándose la fecha de celebración el día siete de octubre, por tratarse del aniversario del nacimiento de Cervantes, y habiendo sido el promotor de la idea un periodista valenciano llamado Vicente Clavel, que vivía en Barcelona y había fundado la Editorial Cervantes.
Sin embargo, en 1930, el festejo del evento librero-literario, se trasladó al 23 de abril que coincide con la muerte de don Miguel, y también, con la de otro fallecimiento no menos ilustre para el mundo de la literatura, el de William Shakespeare, pues se da la casualidad de que había nacido el mismo día.
Actualmente, el Día del Libro -fue así declarado por la UNESCO en el año 1996, gracias a la insistente labor de editores catalanes-, se ha convertido en jornada mundial que festejan, entre otros países, Inglaterra y el Japón.
Curiosa noticia referente a Charles Dickens, quien declaró en cierta ocasión que "su primer amor fue Caperucita Roja", y que de haberla encontrado estaba seguro que hubiese sido muy feliz con ella. Increíble, ¿no?
Se han encontrado unas insólitas fotos de James Barrie, autor de Peter Pan, disfrazado deCapitán Garfio en una representación privada para los hijos del matrimonio Lewellyn. Estas fotografías pertenecen a la colección personal de la novelista Daphne Du Maurier, sobrina de la señora Lewellyn.
Finalmente descubiertos los restos del avión que tripuló por última vez Antoine de Saint Exupéry, frente a las costas de Marsella, Bernard Mark, historiador de aviación, sostiene la teoría de que el escritor no fue abatido por los alemanes sino que buscó deliberadamente la muerte en un suicidio porque aquel iba a ser su último vuelo como piloto, ya que al ser demasiado mayor para volar se imponía el forzoso adiós a una profesión que era toda su vida.
Según el estudioso Denis Boissier, Moliere nunca escribió sus obras, ya que para ello, por falta de tiempo, se buscó a un "negro" en la persona de Pierre Corneille, quien lo hizo para mantener a sus seis hijos, adoptando como seudónimo el nombre del otro.
Edgar Allan Poe y “El Corazón Delator
“El Corazón Delator”
¡Cierto! Soy nervioso, terriblemente nervioso. Siempre lo he sido y lo soy, pero, ¿podría decirse que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, no los había embotado ni destruido. Sobre todo, tenía el sentido del oído agudo. Oía todo sobre el cielo y la tierra. Oía muchas cosas del infierno. ¿Cómo voy a estar loco, entonces? Escuchen y observen con cuánta tranquilidad, con cuánta cordura puedo contarles toda la historia.
Me resulta imposible decir cómo surgió en mi cabeza esa idea por primera vez; pero, una vez concebida, me persiguió día y noche. No perseguía ningún fin. No estaba colérico. Yo quería mucho al viejo. Nunca me había hecho nada malo. Nunca me había insultado. No deseaba su dinero. Creo que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre. Era un ojo de un color azul pálido, con una fina película delante. Cada vez que posaba ese ojo en mí, se me enfriaba la sangre; y así, muy gradualmente, me fui decidiendo a quitarle la vida al viejo y librarme así aquel ojo para siempre.
Pues bien, así fue. Ustedes creerán que estoy loco. Pero los locos no saben nada. En cambio yo… deberían haberme visto. Deberían haber visto con qué sabiduría procedí, con qué cuidado, con qué previsión, con qué disimulo me puse a trabajar. Nunca había sido tan amable con el viejo como la semana antes de matarlo. Pero eso sí: cada noche, cerca de medianoche, yo hacía girar el picaporte de su puerta y la abría, con mucho cuidado. Y después, cuando la había abierto lo suficiente como para pasar mi cabeza, levantaba una linterna cerrada, completamente cerrada, de modo que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Cómo se habrían reído ustedes si hubieran visto con qué astucia pasaba la cabeza! La movía muy despacio, muy lentamente, para no molestar el sueño del viejo. Me llevaba una hora meter toda la cabeza por esa abertura, hasta verlo durmiendo en su cama. ¡Ja! ¿Podría un loco actuar con tanta prudencia? Y luego, cuando mi cabeza estaba bien dentro de la habitación, abría la linterna con cautela, con mucho cuidado (porque las bisagras hacían ruido), hasta que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Hice todo esto durante siete largas noches, cada noche cerca de las doce, pero siempre encontraba el ojo cerrado y era imposible hacer el trabajo, ya que no era el viejo quien me irritaba, sino su ojo. Y cada mañana, cuando amanecía, iba sin miedo a su habitación y le hablaba resueltamente, llamándole por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Por tanto verá usted que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que cada noche, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
La octava noche, fui más cuidadoso aún cuando abrí la puerta. El minutero de un reloj se mueve más rápido de lo que se movía mi mano. Nunca antes había sentido el alcance de mi fuerza, de mi sagacidad. Casi no podía contener mi impresión de triunfo, al pensar que estaba abriendo la puerta poco a poco, y él ni siquiera soñaba con mis secretas acciones e ideas. Me reí entre dientes ante esa idea. Y tal vez me oyó porque se movió en la cama, de repente, como sobresaltado. Pensará ustedes que retrocedí, pero no. Su habitación estaba tan negra como la pez, ya que él cerraba las persianas por miedo a los ladrones; entonces, sabía que no me vería abrir la puerta y seguí empujando suavemente, suavemente.
Ya había introducido la cabeza y estaba para abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló con el cierre metálico y el viejo se incorporó en la cama, gritando:
-¿Quién anda ahí?
Me quedé quieto y no dije nada. Durante una hora entera, no moví ni un sólo músculo y mientras tanto no oí que volviera a acostarse en la cama. Aún estaba sentado, escuchando, como había hecho yo mismo, noche tras noche, escuchando los relojes de la muerte en la pared.
Oí de pronto un leve quejido y supe que era el quejido que nace del terror, no era un quejido de dolor o tristeza. ¡No! Era el sonido ahogado que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Yo conocía perfectamente ese sonido. Muchas veces, justo a medianoche, cuando todo el mundo dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su temible eco, los terrores que me enloquecían. Digo que lo conocía bien. Sabía lo que el viejo sentía y sentí lástima por él, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Sabía que él había estado despierto desde el primer débil sonido, cuando se había vuelto en la cama. Sus miedos habían crecido desde entonces. Había estado intentando imaginar que aquel ruido era inofensivo, pero no podía. Se había estado diciendo a sí mismo: “No es más que el viento en la chimenea, no es más que un ratón que camina sobre el suelo”, o “No es más que un grillo que cantó una sola vez”. Sí, había tratado de convencerse con estas suposiciones, pero era en vano. Todo en vano, ya que la muerte, se había deslizado furtiva y envolvía a su víctima. Y era la fúnebre influencia de aquella imperceptible sombra la que le llevaba a sentir, aunque no la veía ni oía, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Cuando hube esperado mucho tiempo, muy pacientemente, sin oír que se acostara, decidí abrir un poco, muy poco, una ranura en la linterna. Entonces la abrí -no sabe usted con qué suavidad- hasta que, por fin, un solo rayo, como el hilo de una telaraña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo del buitre.
Estaba abierto, abierto del todo y me enfurecí mientras lo miraba, lo veía con total claridad, de un azul apagado, con aquella terrible película que me helaba el alma. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, ya que había dirigido el rayo, como por instinto, exactamente al punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que ustedes creen locura es solo mayor agudeza de los sentidos? Luego llegó a mis oídos un suave, apagado y rápido sonido como el que hace un reloj cuando está envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latido del corazón del viejo. Aumentó mi furia, como el redoblar de un tambor estimula al soldado en batalla.
Sin embargo, incluso en ese momento me contuve y seguí callado. Apenas respiraba. Mantuve la linterna inmóvil. Intenté mantener con toda firmeza la luz sobre el ojo. Mientras tanto, el infernal latido del corazón iba en aumento. Crecía cada vez más rápido y más fuerte a cada instante. El terror del viejo debía de ser espantoso. Era cada vez más fuerte, más fuerte… ¿Me entiende? Le he dicho que soy nervioso y así es. Pues bien, en la hora muerta de la noche, entre el atroz silencio de la antigua casa, un ruido tan extraño me llenaba de un terror incontrolable. Sin embargo, por unos minutos más me contuve y me quedé quieto. Pero el latido era cada vez más fuerte, más fuerte. Creí que aquel corazón iba a explotar. Y se apoderó de mí una nueva ansiedad: ¡Los vecinos podrían escuchar el latido del corazón! ¡Al viejo le había llegado la hora! Con un fuerte grito, abrí la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez, sólo una vez. En un momento, lo tiré al suelo y arrojé la pesada cama sobre él. Después sonreí alegremente al ver que el hecho estaba consumado. Pero, durante muchos minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Sin embargo, no me preocupaba, porque el latido no podría oírse a través de la pared. Finalmente, cesó. El viejo estaba muerto. Quité la cama y examiné el cuerpo. Sí, estaba duro, duro como una piedra. Pasé mi mano sobre el corazón y allí la dejé durante unos minutos. No había pulsaciones. Estaba muerto. Su ojo ya no volvería a molestarme.
Si aún me creen ustedes loco, no pensarán lo mismo cuando describa las sabias precauciones que tomé para esconder el cadáver. La noche avanzaba y trabajé con rapidez, pero en silencio. En primer lugar descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, los brazos y las piernas. Después levanté tres planchas del suelo de la habitación y deposité los restos en el hueco. Luego coloqué las tablas con tanta inteligencia y astucia que ningún ojo humano, ni siquiera el del viejo, podría haber detectado nada extraño. No había nada que limpiar; no había manchas de ningún tipo, ni siquiera de sangre. Había sido demasiado precavido para eso. Todo estaba recogido. ¡Ja, ja!
Cuando terminé estas tareas, eran las cuatro… pero seguía oscuro como medianoche. Al sonar la campanada de la hora, golpearon la puerta de la calle. Bajé a abrir muy tranquilo, ya que no había anda que temer. Entraron tres hombres que se presentaron, muy cordialmente, como oficiales de la policía. Un vecino había oído un grito durante la noche, por lo cual había sospechas de algún altercado. Se había hecho una denuncia en la policía, y los oficiales habían sido enviados a registrar el lugar. Sonreí, ya que no había nada que temer. Di la bienvenida a los caballeros. Dije que el alarido había sido producido por mí durante una pesadilla. Dije que el viejo estaba fuera, en el campo. Llevé a los visitantes por toda la casa. Les dije que registraran, a que registraran bien. Por fin los llevé a su habitación, les enseñé sus caudales, seguros e intactos. En el entusiasmo de mis confidencias, llevé sillas al cuarto y les dije que descansaran allí mientras yo, con la salvaje audacia que me daba mi triunfo perfecto, colocaba mi silla sobre el mismo lugar donde reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se mostraron satisfechos. Mi forma de proceder los había convencido. Yo me sentía especialmente cómodo. Se sentaron y hablaron de cosas comunes mientras yo les contestaba muy animado. Pero, de repente, empecé a sentir que me ponía pálido y deseé que se fueran. Me dolía la cabeza y me pareció oír un sonido; pero ellos se quedaron sentados y siguieron conversando. El ruido se hizo más claro, cada vez más claro. Hablé más como para olvidarme de esa sensación; pero cada vez se hacía más claro… hasta que por fin me di cuenta de que el ruido no estaba dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero hablé con más fluidez y en voz más alta. Sin embargo, el ruido aumentaba. ¿Qué hacer? Era un sonido bajo, sordo, rápido… como el sonido de un reloj de pulsera envuelto en algodón. Yo trataba de recobrar el aliento… pero los oficiales no oían nada. Hablé más rápido, con vehemencia, pero el ruido seguía aumentando. Me puse de pie y empecé a discutir sobre cosas insignificantes en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Caminé de un lado a otro con pasos fuertes, como furioso por las observaciones de aquellos hombres; pero el sonido seguía creciendo. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré. Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del suelo, pero el ruido aumentaba cada vez más. Crecía y crecía y era cada vez más fuerte. Y sin embargo los hombres seguían conversando tranquilamente y sonreían. ¿Era posible que no oyeran? ¡Dios Todopoderoso! ¡No, no! ¡Claro que oían! ¡Y que sospechaban! ¡Sabían! ¡Y se estaban burlando de mi horror! Así lo pensé entonces y así lo pienso ahora. Pero cualquier cosa era preferible a esta agonía. Cualquier cosa era más soportable que este espanto. ¡Ya no aguantaba más sus hipócritas sonrisas! Sentía que debía gritar o morir. Y entonces, otra vez, escuchen… ¡más fuerte…, mas fuerte…, más fuerte!
-¡No finjan más, malvados! -grité- . ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esas tablas!… ¡Aquí…, aquí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!